SAN JUAN DE LA CRUZ


SAN JUAN DE LA CRUZ

POETA ENAMORADO DE DIOS



PRESENTACIÓN

Síntomas suficientes provocan a pensar que San Juan de la Cruz cuenta con muchos admiradores. Quizás no has oído hablar de él, o muy poco has cuchado de él. A pesar de ser bajito de estatura, hizo cosas por las que hoy se le sigue mencionando en muchos momentos y lugares. Sus obras escritas ejercen notable atracción en sectores muy diversos de la cultura. El mundo del arte y de la poesía encuentra siempre fresca y jugosa la creación sanjuanista.

En el siglo XVI, cuando se reforma la Orden del Carmen, fue elegido por Santa Teresa de Jesús para fundar la Orden de los Carmelitas Descalzos. Unos poemas sobresalientes que escribió le han valido el título de “Príncipe de los poetas” españoles. Como también la Iglesia le ha nombrado “Doctor y Místico”.

Fue un amante, como pocos, de la naturaleza, nos enseñó a ver en cada cosa creada la mano, la huella o pisadita que nos hablan y nos conducen hasta su Creador.  Y hablando de Dios, su mérito más grande es el de haber descubierto, recorrido y enseñado un camino directo para llegar hasta Él; así, sin rodeos, como una bala de cañón, como llegó el mismo.

A pesar de ser el “poeta del silencio”, San Juan de la Cruz necesitaba de “palabras muy medidas y de peso”, que hacían a todos los oyentes el efecto excitante de los “granos de pimienta”. Incluso Santa Teresa de Jesús le llamó “Séneca”, tiende a expresiones cortantes y sentenciadoras. Pero no sólo habla a tiempo o en exclusiva a Dios. También habló mucho de sí mismo. No pretende tejer su autobiografía al estilo teresiano, sino como quien expansiona su corazón con “sus amigos del alma” y otras personas, vaciando a sorbos los juicios de hechos y sentimientos propios o ajenos.

Por eso nos acercamos a su humanidad, a esa vivencia normal y recreadora de un hombre que fue capaz de irradiar el amor Dios en medio de sus hermanos. A esa faceta que tantas veces olvidamos porque nos presentan su imagen de santo cargado con una cruz enorme o con la leyenda no menos repetida de “padecer y ser despreciado por vos”. A eso que muchas veces huimos, porque nos cuesta tanto llevar la cruz de cada día. Y para ser fieles discípulos del Señor, Él mismo nos repite: “el que no cargue con su cruz de cada día, no puede ser mi discípulo”.

Queda decir a quién destinamos esta recopilación, de Vida y Testimonio del Verbo Divino, de palabras vivas del santo. Pues sencillamente a quienes gusten de ello, por simpatía o curiosidad. Que sirvan para rebajar algo de sus apetitos desordenados y situar toda su belleza humana en dichos y hechos desde la mano de Dios.   

PRESENTACIÓN DE SU FIGURA

Su verdadero nombre era Juan de Yepes y nació el 24 de junio, fecha probable, de 1542 en Fontiveros, pequeño pueblo abulense perteneciente a Castilla y León, una comunidad autónoma de España. Fue hijo de Gonzalo de Yepes y de Catalina Álvarez, tejedores de buratos y de escasos recursos económicos.

Murió su padre cuando Juan tenía seis años; a los nueve años, se trasladó con su madre al abulense pueblo de Medina del Campo, donde a los 17 años, ingresa en un colegio de jesuitas para estudiar humanidades.

El año 1563 toma los hábitos de la orden religiosa Carmelita, adoptando el nuevo nombre de fray Juan de san Matías; al año siguiente se traslada a Salamanca para cursar estudios de teología en su célebre universidad. En el año 1567 es ordenado sacerdote, y adopta el nuevo y definitivo nombre de Juan de la Cruz. Su ilustre paisana de Ávila, Teresa de Jesús, trabó gran amistad con él y le integró en el movimiento de la reforma carmelita que ella había iniciado.

En 1568 Juan de la Cruz fundó el primer convento de Carmelitas Descalzos, los cuales practicaban a ultranza la contemplación y la austeridad. Unos años después, 1577, sus intentos reformistas de las órdenes monásticas, le llevaron a sufrir 9 meses de dura prisión en un convento de Toledo, acusado de apóstata. De su cautiverio en aquella cárcel-convento de Toledo, nace la composición de su obra cumbre: “Cántico espiritual”. En otras poesías se puede llegar a entrever en lenguaje subliminal, el relato que hace de su astuta y sorprendente huida en la madrugada del 15 de agosto de 1578, estando la fortaleza sobre un peligroso acantilado sobre el Tajo profundo que ciñe a Toledo.

Para huir de la prisión conventual toledana, contó con las influencias que ejerció su paisana Teresa de Jesús, ante la duquesa de Alba. Con su huida dio en refugiarse en un convento de Jaén y continuó con la reforma carmelitana, fundando varios conventos por Andalucía. En esta región llegó a ser nombrado Vicario Provincial de la Orden de Carmelitas Descalzos; pero el buen Juan siguió con su obstinación de la reforma, lo que le llevó a enfrentamientos con la jerarquía religiosa y a sufrir nueva prisión en el convento de la Peñuela, en plena Sierra Morena, en donde culminó la escritura de sus principales obras literarias.

Cuando por fin es excarcelado y se dispone a cumplir con el traslado que se le impone a América, el 14 de diciembre de 1591 a la media noche, cuando los frailes se juntaban para cantar los maitines, San Juan de la Cruz los dirá en el cielo, muere a la edad de 49 años.135 años después, es elevado a la categoría de Santo, por la Iglesia Católica.

SUS PRIMERAS AVENTURAS

La familia Yepes era humilde, sencilla y bastante pobre; había conocido días mejores, pero ahora los tiempos se habían vueltos difíciles. El trabajo del padre, que era tejedor, apenas si daba para alimentar a sus hijos.

Pero eso es lo demos, Dios ve siempre el corazón del  hombre, y para ser muy buenos, no se necesita tener grandes riquezas, sino la riqueza del corazón. Juan da sus primeros pasos por el mundo rodeado del cariño de los suyos. La familia no es rica, pero en ese hogar hay mucho amor. El pequeño Juan tiene muchas cosas que aprender y muchos juegos a los que jugar con sus hermanos.

Siendo Juan de dos años, el padre Gonzalo de Yepes enferma gravemente y tras muchos dolores y larga enfermedad, muere dejando viuda a su joven esposa Catalina y huérfanos a los tres niños.

Por este tiempo de la niñez de Juan tiene lugar un hecho muy recordado por el Santo durante toda su vida: resulta que, estando un día junto a una charca, un pozo, el niño se inclina demasiado y cae al fondo. A punto de ahogarse, estuvo, cuando de repente ve cómo una Señora muy bella le tiende la mano pidiéndole la suya. Juanito, temiendo ensuciarla, no quiere dársela, y es cuando un labrador que pasa de largo, le ayuda a salir. El Santo siempre creyó que aquella Señora fue la Virgen María y aquel labrador fue San José su esposo, que le tendió la vara para sacarlo.

Su madre, Catalina, se encuentra de pronto sola para criar a sus tres hijos. Hay que alimentarlos, vestirlos, comprar lo necesario para la vida cotidiana, e instruirlos. Valientemente, se pone a buscar trabajo. En Fontiveros no lo hay. Y entonces se va a otras partes, a los pueblos cercanos, pidiendo al Señor que venga en su ayuda. Son tiempos difíciles para la familia. A pesar de la miseria, la madre se siente reconfortada por sus hijos, que tienen confianza en ella y la ayudan a no perder la esperanza.

Finalmente, sus esfuerzos dan buen resultado: Doña Catalina encuentra trabajo en Medina del Campo, que en aquel tiempo era una importante ciudad comercial. No son ricos, pero la madre gana lo suficiente para alimentar a los suyos. Y la pequeña familia se va del pueblo. Para Juan y Francisco empieza una nueva vida. Los dos chiquillos quieren ayudar a su madre.

Al cabo de un año, Juan entra de aprendiz en una carpintería. Luego lo hará, sucesivamente, con un cantero, con un escultor en madera y finalmente con un pintor. Aprende muchas cosas. Y si sabe utilizar sus manos, sabe también utilizar la cabeza, pues, al mismo tiempo, va también a la escuela en el colegio de los Doctrinos. Allí le enseñan a leer y escribir. Y los maestros los aprecian mucho, pues es bueno e inteligente.

Cuando tiene 14 años, un anciano caballero, que es el administrador del  hospital, le contrata para trabajar en el hospital de la Concepción, “El Hospital de las Bubas” como lo llamaban. Allí convive con la miseria y con los sufrimientos del cuerpo, qué duda cabe, pero también con los del alma. Nos podemos imaginar a Juan inclinado sobre tantos dolores y esforzándose con toda su alma por aliviarlos un poco.

Tiene que aplicarse al estudio de noche. La verdad es que no le sobra mucho tiempo de día. A esto hay que añadir las clases en el colegio, donde su principal profesor de latín es el Padre Bonifacio.

A los 18 años, la pobreza, el trabajo y los estudios han forjado su temperamento. Ya tiene una experiencia muy rica de la vida. En los jesuitas ha recibido una sólida formación. Y la idea de consagrar su vida a Dios se ve abriendo camino en su interior. Sin embargo, no le llama entrar con los jesuitas. Pero, a los 20 años, Juan tiene otras aspiraciones: se siente llamado a la vida religiosa. Así que rehúsa, prefiriendo renunciar a las ventajas materiales antes que a su deseo de entregarse a Jesús.

En febrero de 1563, a los 21 años, entra en el convento de los Carmelitas de Medina. A partir de ese momento, se llamará fray Juan de Santo Matía. Lamentablemente, muy pronto se da cuenta de que el ambiente relajado del convento no es de su agrado y que no responde a su sed tan sincera y tan exigente de Dios. Sabe que no se quedará allí mucho tiempo.

En 1565 tiene 25 años, cuando es ordenado sacerdote por el Obispo del Salamanca. Con el corazón lleno de alegría, aprovecha las vacaciones de la universidad para volver; en septiembre, al convento de Medina. El nuevo prior del convento, Padre Antonio de Heredia, está entusiasmado con la Reforma. Y él le presentará a la gran Santa Teresa. Éste será el encuentro más importante de toda su vida.

SE ENCUENTRA CON LA SANTA DE AVILA

Santa Teresa fundaba por entonces los conventos de la rama reformada de las Carmelitas. Cuando oyó hablar del hermano Juan, en Medina del Campo, la santa se entrevistó con él, quedó admirada de su espíritu religioso y le dijo que Dios le llamaba a santificarse en la Orden de Nuestra Señora del Carmen. También le refirió que el prior general le había dado permiso de fundar dos conventos reformados para hombres y que él debía ser su primer instrumento en esa gran empresa. La reforma del Carmelo que lanzaron Santa Teresa y San Juan no fue con intención de cambiar la orden o “modernizarla” sino más bien para restaurar y revitalizar su cometido original el cual se había mitigado mucho.  Al mismo tiempo que lograron ser  fieles a los orígenes, la santidad de estos reformadores infundió una nueva riqueza a los Carmelitas que ha sido recogida en sus escritos y en el ejemplo de sus vidas y sigue siendo una gran riqueza de espiritualidad.

Poco después, se llevó a cabo la fundación del primer convento de carmelitas descalzos, en una ruinosa casa de Duruelo. San Juan entró en aquel nuevo Belén con perfecto espíritu de sacrificio. Unos dos meses después, se le unieron otros dos frailes. Los tres renovaron la profesión el domingo de Adviento de 1568, y nuestro santo tomó el nombre de Juan de la Cruz. Fue una elección profética. Poco a poco se extendió la fama de ese oscuro convento de suerte que Santa Teresa pudo fundar al poco tiempo otro en Pastrana y un tercero en Mancera, a donde trasladó a los frailes de Duruelo. En 1570, se inauguró el convento de Alcalá, que era a la vez colegio de la universidad; San Juan fue nombrado rector.

Con su ejemplo, San Juan supo inspirar a los religiosos e1 espíritu de soledad, humildad y mortificación. Pero Dios, que quería purificar su corazón de toda debilidad y apego humanos, le sometió a las más severas pruebas interiores y exteriores. Después de haber gozado de las delicias de la contemplación, San Juan se vio privado de toda devoción. A este período de sequedad espiritual se añadieron la turbación, los escrúpulos y la repugnancia por los ejercicios espirituales. En tanto que el demonio le atacaba con violentas tentaciones, los hombres le perseguían con calumnias.

La prueba más terrible fue sin duda la de los escrúpulos y la desolación interior, que el santo describe en “La Noche Oscura del Alma”. A esto siguió un período todavía más penoso de oscuridad, sufrimiento espiritual y tentaciones, de suerte que San Juan se sentía como abandonado por Dios. Pero la inundación de luz y amor divinos que sucedió a esta prueba, fue el premio de la paciencia con que la había soportado el siervo de Dios.

En cierta ocasión, una mujer muy atractiva tentó descaradamente a San Juan. En vez de emplear el tizón ardiente, como lo había hecho Santo Tomás de Aquino en una ocasión semejante, Juan se valió de palabras suaves para hacer comprender a la pecadora su triste estado. El mismo método empleó en otra ocasión, aunque en circunstancias diferentes, para hacer entrar en razón a una dama de temperamento tan violento, que el pueblo le había dado el apodo de “Roberto el diablo”.

GLORIA PARA DIOS

En 1571, Santa Teresa asumió por obediencia el oficio de superiora en el convento no reformado de la Encarnación de Ávila y llamó a su lado a San Juan de la Cruz para que fuese su director espiritual y su confesor. La santa escribió a su hermana: “Está obrando maravillas aquí. El pueblo le tiene por santo. En mi opinión, lo es y lo ha sido siempre”. Tanto los religiosos como los laicos buscaban a San Juan, y Dios confirmó su ministerio con milagros evidentes.

Entre tanto, surgían graves dificultades entre los carmelitas descalzos y los mitigados. Aunque el superior general había autorizado a Santa Teresa a emprender la reforma, los frailes antiguos la consideraban como una rebelión contra la orden; por otra parte, debe reconocerse que algunos de los descalzos carecían de tacto y exageraban sus poderes y derechos. Como si eso fuera poco, el prior general, el capítulo general y los nuncios papales, daban órdenes contradictorias. Finalmente, en 1577, el provincial de Castilla mandó a San Juan que retornase al convento de Medina del Campo. El santo se negó a ello, alegando que había sido destinado a Ávila por el nuncio del Papa. Entonces el provincial envió un grupo de hombres armados, que irrumpieron en el convento de Ávila y se llevaron a San Juan por la fuerza. Sabiendo que el pueblo de Ávila profesaba gran veneración al santo, le trasladaron a Toledo.

Como Juan se rehusase a abandonar la reforma, le encerraron en una estrecha y oscura celda y le maltrataron increíblemente. Ello demuestra cuán poco había penetrado el espíritu de Jesucristo en aquellos que profesaban seguirlo.

La celda de San Juan tenía unos tres metros de largo por dos de ancho. La única ventana era tan pequeña y estaba tan alta, que el santo, para leer el oficio, tenía que ponerse de pie sobre un banquillo. Por orden de Jerónimo Tostado, vicario general de los carmelitas de España y consultor de la Inquisición, se le golpeó tan brutalmente, que conservó las cicatrices hasta la muerte. Lo que sufrió entonces San Juan coincide exactamente con las penas que describe Santa Teresa en la “Sexta Morada”: insultos, calumnias, dolores físicos, angustia espiritual y tentaciones de ceder. Más tarde dijo: “No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve preso en Toledo”.

Los primeros poemas de San Juan que son como una voz que clama en el desierto, reflejan su estado de ánimo:
¿Adónde te escondiste,
Amado, y me dejaste con gemido?
Como el ciervo huiste,
habiéndome herido;
salí tras ti clamando, y eras ido.

El prior Maldonado penetró la víspera de la Asunción en aquella celda que despedía un olor pestilente bajo el tórrido calor del verano y dio un puntapié al santo, que se hallaba recostado, para anunciarle su visita. San Juan le pidió perdón, pues la debilidad le había impedido levantarse en cuanto lo vio entrar.

En la noche del día de la Asunción, la Santísima Virgen se apareció a su afligido siervo, y le dijo: “Sé paciente, hijo mío; pronto terminará esta Prueba”.

Algunos días más tarde se le apareció de nuevo y le mostró, en visión, una ventana que daba sobre el Tajo: “Por ahí saldrás y yo te ayudaré”. En efecto, a los nueve meses de prisión, se concedió al santo la gracia de hacer unos minutos de ejercicio. Juan recorrió el edificio en busca de la ventana que había visto. En cuanto la hubo reconocido, volvió a su celda. Para entonces ya había comenzado a aflojar las bisagras de la puerta. Esa misma noche consiguió abrir la puerta y se descolgó por una cuerda que había fabricado con sábanas y vestidos. Los dos frailes que dormían cerca de la ventana no le vieron. Como la cuerda era demasiado corta, San Juan tuvo que dejarse caer a lo largo de la muralla hasta la orilla del río, aunque felizmente no se hizo daño. Inmediatamente, siguió a un perro que se metió en un patio. En esa forma consiguió escapar. Dadas las circunstancias, su fuga fue un milagro. Así nos cuenta él mismo en su poema de la Noche:
En una noche oscura,
con ansias en amores inflamada,
¡Oh dichosa ventura!
salí sin ser notada,
estando ya mi casa sosegada.

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía,
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

DIRECTOR Y GUIA DE ALMAS

El renombre de Juan de la Cruz, lo precede de tal modo, que es difícil no vernos tentados de volver atrás, aún antes de conocer su semblanza espiritual. Él es habitualmente considerado el Maestro Espiritual por excelencia. Nadie mejor que él, puede conducir al alma enamorada, y encaminarla mejor hacia los misterios de la unión personal con Dios.

Aún para quienes no han leído ni una de sus palabras, su nombre evoca misteriosas noches oscuras del alma, que pueden parecer a un principiante, fácil de desanimar. Por eso, muchas personas, consideran que sus escritos se dirigen solo a los que están muy avanzados en el camino espiritual, y no son accesibles para quienes están dando sus primeros pasos, muy bien intencionados, pero tambaleantes.

El santo se dirigió primero al convento reformado de Beas de Segura y después pasó a la ermita cercana de Monte Calvario. En 1579, fue nombrado superior del colegio de Baeza y, en 1581, fue elegido superior de Los Mártires, en las cercanías de Granada. Aunque era el fundador y jefe espiritual de los carmelitas Descalzos, en esa época participó poco en las negociaciones y sucesos que culminaron con el establecimiento de la provincia separada de Los Descalzos, en 1580. En cambio, se consagró a escribir las obras que han hecho de él un doctor de teología mística en la Iglesia.

La doctrina de San Juan es plenamente fiel a la tradición antigua: el fin del hombre en la tierra es alcanzar “Perfección de la caridad y elevarse a la dignidad de hijo de Dios por el amor”; la contemplación no es por sí misma un fin, sino que debe conducir al amor y a la unión con Dios por el amor y, en último término, debe llevar a la experiencia de esa unión a la que todo está ordenado. “No hay trabajo mejor ni mas necesario que el amor”, dice el santo. “Hemos sido hechos para el amor”. “El único instrumento del que Dios se sirve es el amor”. “Así como el Padre y e1 Hijo están unidos por el amor, así el amor es el lazo de unión del alma con Dios”.

El amor lleva a las alturas de la contemplación, pero como que amor es producto de la fe, que es el único puente que puede salvar el abismo separa a nuestra inteligencia de la infinitud de Dios, la fe ardiente y vívida el principio de la experiencia mística. San Juan no se cansó nunca de inculcar esa doctrina tradicional con su estilo maravilloso y sus ardientes palabras.

Dios no pide lo mismo a todos. El sabe la capacidad y el corazón de cada uno. El amor expande el corazón y las capacidades de entrega.

Solía pedir a Dios tres cosas: que no dejase pasar un solo día de su vida sin enviarle sufrimientos, que no le dejase morir en el cargo de superior y que le permitiese morir en la humillación y el desprecio.

Con su confianza en Dios, obtuvo milagrosamente en algunos casos provisiones para sus monasterios. Con frecuencia estaba tan absorto en Dios, que debía hacerse violencia para atender los asuntos temporales.

Su amor de Dios hacía que su rostro brillase en muchas ocasiones, sobre todo al volver de celebrar la misa. Su corazón era como una brasa ardiente en su pecho, hasta el punto de que llegaba a quemarle la piel. Su experiencia en las cosas espirituales, a la que se añadía la luz del Espíritu Santo, hacían de un consumado maestro en materia de discreción de espíritus, de modo que no era fácil engañarle diciéndole que algo procedía de Dios.

DOCTOR DEL AMOR

Que nadie les engañe. Hoy se dice que el amor no existe. Y por otra parte, se ha empobrecido la palabra amor; se la ha embrutecido, se la ha banalizado. No se entiende lo que es amor. Llaman amor, a lo que es egoísmo, al frenesí, al gusto y consumición del placer. El amor no hay que hacerlo, sino sufrirlo, padecerlo; no dejarse arrastrar por el deseo de revolcarse, sino dominar el potro del hombre animal que todos los hombres llevamos en esta carne manchada que somos.

Amar no es hacer el amor, sino hacer el despojo. “Amar es trabajar en despojarse y desnudarse por Dios, de todo lo que no es Dios”. Ahí reside la esencia del doctorado de San Juan de la Cruz, que sólo ejerciendo el amor, consigue el alma el fin para lo que fue creada, que es dejarse transformar en Dios y ser esclarecida por él, de tal manera, que el hombre parece el mismo Dios, y tiene lo que tiene Dios.
Ya no guardo ganado,
Ya no tengo otro oficio,
que sólo en amar es mi ejercicio.

Amar es darse. Amar es sembrarse, dulcemente. Sembrarse donde El pida: En tierra árida o en dilatada playa. En la calle y en casa. Florecer a su gusto, es amar. Abandonarse en sus brazos. Fuertes, suaves, exigentes, vitalísimos, Providentes. Brazos de Dios-Hombre, Brazos de túnica rozagante que acarician el alma; Brazos que nos hacen omnipotentes.

Amar es dejarse... Sin pensar en el cuándo, ni en el qué, ni en el cómo. Dejarse que nos trate como a El le convenga. Amar es trenzarse, hiedra de uñas verdes, con el Amado. Con Él, por Él y en Él. Abrazo volcánico. Abrazo exquisito. Abrazo sin tiempo. Abrazo infinito, universal, sereno, casto, fecundo. ¿Cuándo, Amor? ¿Cuándo, Amado, me estrechas, me tronchas, me identificas en tu Regazo? ¿Cuándo, Abismo, me estrujas como un manojo de rojísimos jacintos? “Donde no hay amor, ponga amor y cosechará amor”. “El alma que anda en amor, ni cansa, ni se cansa”.

Sequedades y apuros, angustias y desamparos, soledades y túneles negros. Y la suma pobreza. Y el pensamiento de que Dios es cruel y está hecho un erizo con ella. Es un verdadero pequeño purgatorio el que padece. Dios al quirófano es terrible. Pero sin quirófano no hay curación de verdad, ni salud total, ni identificación con el Ser todo puro y eternamente sereno y dichoso en plenitud sin límites. Lo que estimula a decidirse a tal empresa que tiene su precio, por algo se llama “caridad”, es saber que tras ella viene la pacificación total y el amoroso abrazo de Dios que ampara e identifica con El. Llegada aquí el alma su anhelo vuela más alto: es la muerte de amor lo que desea y pide mansa y tiernamente. Morir de amor impetuosamente al compás del romper de la tela.

CUMBRE DE LA MÍSTICA Y LA POESÍA

San Juan de la Cruz es el poeta místico por excelencia en el ámbito hispánico, el poeta de la metáfora espiritual y de la explicación conceptual de esta metáfora. El conocimiento infuso de “las verdades divinas” le llega a San Juan a través de la mística, cuyo fundamento es experiencial: “pues aunque a V.R. le falte el ejercicio de teología escolástica, con que se entienden las verdades divinas, no la falta el de la mística” (Prólogo al Cántico espiritual). Pero al igual que Santo Tomás de Aquino, para quien la razón es entitativamente susceptible y participativa del conocimiento de Dios, San Juan se sumerge en el estudio de los parámetros de la ciencia de Dios o teología para ponderar sobre el conocimiento logístico de la experiencia mística. La experiencia mística sin embargo conlleva otra dinámica intelectual particular, pues las comunicaciones del amor trascendente penetran el entendimiento de forma diferente al conocimiento de las “verdades divinas” adquirido a través del estudio de su ciencia: “por haberse, pues, estas Canciones compuesto en amor de abundante inteligencia mística” (Prólogo al Cántico espiritual). La mística experimental difiere de la teología escolástica por la dinámica del amor interactuante, aunque muchas veces, pero no siempre, el teólogo y el místico son la misma persona. San Juan hubiese podido ser exclusivamente teólogo, sin embargo, por ser también místico experimental, escogió el camino del misterio del amor: “que ya sólo en amar es mi ejercicio” (Canción 19 del Cántico). Dado que la poesía sanjuanista compendia simbólicamente la experiencia mística y el conocimiento teológico, pareciera imposible acceder a la cabal comprensión de su obra a través del análisis de los aspectos literarios exclusivamente.

Tradicionalmente se ha pretendido presentar a San Juan de la Cruz como el místico de la noche y de la nada; ambas serían los dos grandes símbolos que identificarían la mística sanjuanista. Tal opinión, sin embargo, es unilateral y, claramente, incompleta, pues la mística del Solitario de la Peñuela está fundamentada en la LLAMA DE AMOR VIVA y en el CÁNTICO ESPIRITUAL. Su mística lo es de plenitud. NOCHE Y NADA no son el fin de la experiencia mística sanjuanista, como claramente nos dice en la declaración de la primera canción del poema LLAMA: “Y como ve que aquella llama delicada que en ella arde, cada vez que la está embistiendo, la está como glorificando con suave y fuerte gloria, tanto que cada vez que la absorbe y embiste, le parece que le va a dar la vida eterna, y que va a romper la tela de la vida mortal y que falta muy poco para glorificarla esencial, dice con gran deseo a la llama, que es el Espíritu Santo, que rompa ya la vida mortal por aquel dulce encuentro, en que de veras la acabe de comunicar lo que cada vez parece que la va a dar cuando la encuentra, que es glorificarla entera y perfectamente”. Este es el único y auténtico sentido de la mística sanjuanista, mística vitalista, triunfal, plena y liberadora: Sólo desde aquí se pueden comprender la noche y la nada, simples medios para llegar a la luz y al todo: unión con Dios Trinidad Santísima, simbolizada en esta estrofa única:
¡Oh cauterio suave!
¡Oh regalada llaga!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado,
que a vida eterna sabe
y toda deuda paga!,
matando, muerte en vida las has trocado.

Estos son los símbolos con las que San Juan de la Cruz nombra a las tres Divinas Personas del Misterio de la Santísima Trinidad, Misterio Absoluto: Cauterio=Espíritu Santo, Mano Blanda=Padre Eterno, Toque Delicado=Jesucristo, Hijo, Palabra del Padre.

San Juan de la Cruz no es, pues, ningún asceta nihilista-nocturno y penumbroso, sino el cantor de la HERMOSURA, BELLEZA Y VERDAD SUPREMAS, el cantar del Dios Trino y Uno que desciende en su Infinito Amor para establecer su Alianza con el hombre, mediante la Palabra esencial, indispensable que es Jesucristo:
Mi Amado, las montañas,
los valles solitarios nemorosos,
las ínsulas extrañas,
los ríos sonoroso,
el silbo de los aires amorosos.

Porque el alma ya no tiene otro oficio, pues sólo en amar es su ejercicio:
Quedéme y olvidéme
el rostro recline sobre el AMADO;
cesó todo y dejéme
dejando mi cuidado
entre las azucenas olvidado.

En san Juan de la Cruz la inspiración poética y el esfuerzo formal se unifican en unos poemas únicos. La primera inspiración, aliento celestial y divino, sufre un largo proceso de un afinado formal, a través de diferentes redacciones de los textos en verso. Toda la poesía mística sanjuanista tiene como objetivo último comunicar una experiencia mística imposible de codificar en el lenguaje denotativo, referencial y objetivista, de ahí que los dichos de luz y de amor, como nos dice el propio San Juan, son para el hombre materialista, hedonista, positivista y racionalista. En todos sus grandes poemas es el símbolo su elemento nuclear, estructural, formal y semántico. Sólo por el símbolo puede la poesía mística distanciarse de la interpretación grosera y adusta del erotismo, que han querido ver muchos autores, quienes desde posturas claramente ridículas por su materialismo y su pansexualismo, demuestran unos prejuicios ante lo sobrenatural burlescos. Y dignos de lástima y compasión. El estilo paradójico tan propio de San Juan contribuye poderosamente a la ruptura del sentido lógico de los poemas que se evidencia en todos los niveles de una lengua vehemente que ha de decir lo inefable.

Llama de Amor viva
Canción que hace el alma en la íntima Unión en Dios

¡Oh llama de amor viva,
que tiernamente hieres
de mi alma en el más profundo centro!
pues ya no eres esquiva,
acaba ya, si quieres;
rompe la tela de este dulce encuentro.

¡Oh cautiverio suave!
¡Oh regalada llama!
¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!
que a vida eterna sabe
y a toda deuda paga;
matando, muerte en vida la has trocado.

¡Oh lámparas de fuego,
en cuyos resplandores
las profundas cavernas del sentido,
que estaba oscuro y ciego,
con extraños primores
calor y luz dan junto a su querido!

¡Cuán manso y amoroso
recuerdas en mi seno
donde secretamente solo moras,
y en tu aspirar sobroso
de bien y gloria lleno,
cuán delicadamente me enamoras!

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